Treinta años dan
para mucho
Francisco
Muñoz Guerrero (*)
Que el
deporte ha ejercido una influencia notable en el devenir de los pueblos es algo
que nadie cuestiona. Desde que el rey Ifitos (1) organizó en la ciudad de
Olimpia, en el Peloponeso, al pie del monte Kronion, unos juegos en honor de
Zeus, el padre del panteón griego, el deporte ha estado presente en la mayoría
de las manifestaciones culturales de todos los tiempos. El carácter de aquellos
festejos era marcadamente religioso por cuanto estaban consagrados a un dios y
en ellos el deporte siempre fue la manifestación más arraigada.
La
importancia que esos juegos alcanzaron fue tal que Ifitos logró de todos los
Estados griegos que el suyo fuese considerado neutral en las confrontaciones
bélicas que con frecuencia sacudían la región y que durante la celebración de
los juegos -que tenían lugar cada cuatro años- se declarase una tregua entre
todos los pueblos de la Hélade. Los vencedores de los juegos se convertían en
ciudadanos admirados a los que los mejores poetas griegos dedicaron sus versos
para cantar sus victorias.
Esta
prevalencia del deporte sobre otras manifestaciones no es un asunto baladí
debido a que se ha convertido en una especie de necesidad de las sociedades y
ha ido más allá de los espacios que le son propios para formar parte de los
valores sociales y culturales del día a día. Su práctica, ligada desde siempre
a la calidad de vida y a la salud, bien puede ser una medida del avance de los
pueblos en el recorrido por los predios de la historia.
En ese
largo camino el deporte ha traspasado culturas y pueblos y los ha trascendido,
y aunque con el tiempo han ido cambiando los modos y las modas, siempre ha
conservado la impronta de esfuerzo, sacrificio y deseo de vencer. En esta línea
se expresó Rodrigo Sánchez de Arévalo, en su Vergel de los príncipes (1454-1457): «Otro sí, mas noble exercicio
es e deporte el torneo, que non la justa, porque mas figura tiene de guerra, e
mas allegado es al peligro e a la fortaleza» (2).
Una
actividad de este calado, la deportiva, cuenta con su propia forma de
expresión, con sus propias voces, con sus propias palabras para definir y ser
definida. La clara y progresiva importancia del deporte en el entorno social
hacía necesaria una reflexión precisa y detallada sobre este aspecto muy
particularmente sobre las expresiones específicas de las diversas
manifestaciones, en particular aquellas que nos llegaron procedentes de otras
lenguas. Muchas de estas se afianzaron en la lengua general e incluso en la
lengua culta y ya forman parte del acervo lingüístico de la comunidad hispanohablante.
La
lengua evoluciona en la misma medida que cambian y se desarrollan los vínculos
de comunicación y las actividades que interrelacionan a los hablantes. El
lenguaje deportivo no es ajeno a esta mudanza por cuanto se ocupa de nominar,
detallar y definir las prácticas vinculadas al ejercicio físico, ya sea en sus
matices meramente lúdicos como 'diversión, holgúra, passatiempo’ (3) o en
representaciones de pura competición.
El
primer fruto del interés de Jesus Castañón por este lenguaje de especialidad
fue Lengua y fútbol. Mundial 82, un
trabajo universitario que vino a materializar una idea gestada en Gijón el 19 de
diciembre de 1981 y que se doctoró diez años más tarde en la Universidad de
Valladolid con la tesis Léxico de fútbol
en la prensa deportiva española: 1938-1989.
Desde
entonces, la actividad investigadora del autor ha sido una constante que ha
abierto camino a otros especialistas.
Los estudios llevados a cabo por Jesús Castañón sobre del lenguaje deportivo, sus variedades léxicas, la morfología, las adaptaciones fonéticas, las grafías, los aspectos sociolingüísticos y cualesquiera otros relacionado con la comunicación han cristalizado en la edición de libros, en colaboraciones en periódicos y revistas, en la participación en congresos internacionales y en la elaboración de textos universitarios. Todo ello lo han convertido en un autor de referencia para investigadores, universidades, periodistas e instituciones de España y América que, como la Real Academia Española o el Consejo Superior de Deportes, recurren a él como fuente de consulta y asesoramiento en el uso de la terminología deportiva.
Han
sido treinta años de permanente actividad en el campo de la lengua de
especialidad. Ahora, en el comienzo de la segunda década del tercer milenio,
Jesús Castañón, que se llama a sí mismo «eterno aprendiz», nos sorprende de
nuevo con La comunicación deportiva y la
lengua española -como hace poco lo hizo con un volumen dedicado a los
términos de origen extranjero (4)- y nos ofrece un recorrido por esos treinta
años de incansable labor investigadora y divulgadora.
El
libro, después de una introducción del autor en la que nos cuenta abiertamente
su peregrinaje por las no siempre desbrozadas veredas del estudio y la
búsqueda, arranca con un significativo capítulo intitulado «El lenguaje como
herencia espíritu y alma de la Patria». A partir de ahí, hace un repaso
metódico y sin concesiones a planteamientos falaces en el que analiza la
corrupción, la perversión y la destrucción del lenguaje deportivo, se adentra
en los nuevos tiempos de la comunicación y concluye con un breve epílogo en el
que aventura que el siglo XXI puede ser la oportunidad esperada para la
comunicación inteligente.
El
libro, mucho más que una visión retrospectiva de seis lustros de estudio sobre
el lenguaje especializado, disecciona las cuatro grandes etapas que configuran
la relación entre la comunicación deportiva y la corrección idiomática. Página
a página va desgranando la evolución del lenguaje del deporte, los intentos por
adoptar al esquema fónico del español los términos y expresiones propias de las
distintas manifestaciones deportivas, la resistencia que periodistas,
lingüistas y sociólogos han opuesto a los abusos de la jerga, a las muletillas,
a la escritura caprichosa de determinadas palabras, a los eslóganes, a los
solecismos, a los calcos, a las confusiones semánticas, a las inexactitudes gramaticales,
a los modismos superfluos y, por supuesto, a las impropiedades léxicas por su influencia
en los registros de la lengua y por considerar que empobrecen e idioma. Esta
Oposición, que no es gratuita, obedece al hecho de considerar la importancia que
el lenguaje deportivo, en tanto que lengua de especialidad, tiene en la
renovación y enriquecimiento de la lengua general.
Castañon,
que muestra una gran preocupación por un uso decoroso del idioma, con sus luces
y sus sombras, nos ofrece las reflexiones que han hecho un gran número de autores
en torno al lenguaje deportivo en sus diversas obras, señaladas para interés de
otros especialistas. Es un repaso somero pero de gran alcance, metódico y
perfectamente armado en el cuerpo del texto genera.
Las
numerosas notas insertadas a pie de página en La comunicación deportiva y la lengua española son por sí mismas un
completo y extenso glosario terminológico que sin duda será de provecho para
los estudiosos de esta forma .de comunicación especializada. Este tesauro
terminológico se completa con un registro de profesionales de la comunicación,
la lingüística, la sociología y la docencia de los que se incluye una breve
semblanza al término del libro, en el apartado "Nuevos tiempos». La
extensa referencia bibliográfica es una más de las bazas de esta obra que nace
como una especie de homenaje a esos treinta años de trabajo y a partir de los
cuales, en reflexión del autor, llega la hora de construir con armonía «para
iluminar las confusiones y superar los desafíos de un ámbito en permanente
ebullición».
Madrid,
enero de 2011.
(*) Periodista y escritor de narrativa. Secretario General de la Fundación del Español Urgente BBVA, es coautor de varias publicaciones de la Agencia Efe sobre el lenguaje .en los medios de comunicación y de los libros de estilo de Red Eléctrica Española y de los colegios de abogados de Madrid y Granada y
ha colaborado en el Libro de Estilo Garrigues. Dirige la revista Donde dice...
(1) Ifitos, rey de Élida, organizó la primera olimpiada en el 884 a. C. A partir del 776 a. C. los años se contaron por olimpiada, esto es, por el tiempo transcurrido entre unos y otros Juegos olímpicos. Así fue hasta el 394 d. C., fecha en que fueron suprimidos por el emperador Teodosio.
(2) Real Academia Española: Corpus diacrónico del español (CORDE). El subrayado es mío.
(3) Diccionario de la lengua española, edición de 1732. Real Academia Española.
(4)
Términos deportivos de origen
extranjero. Edmundo Loza
Olave y Jesús Castañón Rodríguez. Universidad de La Rioja. Logroño, 2010